No aprendo.
Da igual
el camino rizado del ombligo,
las manos que te abarcan
y el poder que no sientes cuando la tienes dentro.
Sólo hace falta
la carne blanda,
el pezón suave,
las gafas que te quitas,
que me lamas el dedo mientras me miras
y el calor se me escape entre las piernas,
amarrada a la cama por tus manos pequeñas
que enlazas con las mías,
palpitando empapadas
de tu olor y mis nervios.
Da igual.
Al final siempre vuelve
el olor dulce,
la voz aguda,
la carne blanda.
Otra vez en este lado del barranco,
del océano
de dos centímetros de sábana azul.
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